jueves, 1 de mayo de 2014

De lo que se rompe.

"Reparar algo" es una sensación extraña. El acto contiene algo de amor por intentar unir aquella grita que se produjo pero también tiene algo de melancolía por intentar recuperar eso que se rompió.

Las marcas de un arreglo a veces están perfectamente ocultas por la mano prodigiosa del experto en cuestión; en otras -tantas- ocasiones las marcas quedan expuestas. En ambos casos, las huellas del tiempo juegan su pasada.

En el segundo caso, las marcas expuestas hablan de uno, de su vida, de su pasado pero -más aun- de cómo encaran su presente. No ocultando nada, encontrando la belleza en la imperfección, en los detalles debajo de las marcas, como puntas de icebergs que se guardan la mejor parte para el vino madrugado de trasnoche.

En cambio, cuando las lastimaduras del destino quedan tapadas por el trabajo preciosista del experto, eso que se rompió late debajo de la perfección, esperando salir por cualquier otro lado, generando una herida profunda debajo de la piel, generando -quizás- una vergüenza íntima que nadie podría explicar, guardando aquel hecho como un secreto del que jamás se volverá a hablar.

Sin embargo, como todo aquello que se oculta, por acto y obra del destino, vuelve a aparecer y con su cara más cruda. Las opciones se abren y son casi infinitas pero elijo detenerme solo en dos: "aceptar" esa herida, esa marca, esa reparación; o volver a intentar "silenciarla", cubrirla, ocultarla. Esta vez será más difícil guardarla pero también lo será aceptarla. La diferencia entre una y otra, no es la dificultad de hacerlo sino sus consecuencias.

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